El ropero de la abuela Ludmila volver


Hay gente que todavía especula -a pesar de los años y la distancia- acerca de cuales fueron los motivos reales del alejamiento entre Amanda Babosa y el ingeniero Alberto Stormo. Algunos aventuran que la presencia dominadora de la abuela de Stormo por parte de madre, Ludmila Kerchenko, no habría tenido felices consecuencias para la pareja, especialmente desde el día en que los encontró dormidos a los dos adentro de su desvencijado ropero y adujeron que Alberto extrañaba.

Ludmila Kerchenko fue la única sobreviviente de la tragedia de la represa de Ijtabán, Checoslovaquia, en la que perecieron no menos de 23 mil personas al quebrarse la pared sur, de ciento cuarenta metros de altura, sepultando a la vecina ciudad de Ijtabán bajo doce metros de agua. El destino quiso que Ludmila se encontrara ese día adentro de su casita de muñecas, hecha de plástico. Estaba adentro de la casita porque -de traviesa- se había metido adentro y al quedar trabada no podía salir sin ayuda. Esto le terminaría salvando la vida porque la casita flotaba.

Al ingeniero Stormo lo había criado la rigurosa mano de su abuela Ludmila -en ausencia de su padre Hildegardo. Este -se presume- habría caído adentro de un bache entre las avenidas de los Incas y Figueroa Alcorta para no ser nunca más recuperado por sus familiares, dejando al pequeño Alberto huérfano a la tierna edad de seis años. Su madre, Sigfrida, que padecía de autismo severo, tampoco le sirvió de mucho a Alberto. Los médicos aun hoy opinan que ella ni siquiera se enteró de la existencia del niño, a quien tuvo mientras dormía una siesta.

Así pues, la responsabilidad de la crianza de aquel inquieto niño, cayó sobre los cansados hombros de la abuela Ludmila, quién resolvió el asunto recurriendo al mismo método con el cual la habían educado a ella: la violencia. Con ingeniosas triquiñuelas y engaños, Ludmila lograba que el pequeño Juán Alberto se metiera adentro de su ropero. Unas veces le decía que había una golosina escondida, otras que tenía que encontrar el regalo que ella había escondido entre los tapados y los trajes. El pequeño era engañado diariamente y permanecía horas encerrado en la total oscuridad y el silencio que puede ofrecer un ropero mediano, atestado de ropa.

Como era de esperarse, al principio Albertito lloraba desconsoladamente al verse imposibilitado de salir a jugar a la calle con sus amiguitos o de respirar aire que no estuviera cargado de alcanfor. Pero con el pasar del tiempo y de los años, el chico se acostumbró a la oscuridad y al aislamiento, llegando incluso a meterse él mismo al interior del ropero, bajo la aprobadora mirada de su abuela, quien cerraba la puerta con dos vueltas de llave, para darle el toque final de realismo a la cosa. Ocasionalmente, la abuela olvidaba a Juancito en el ropero, llegando a pasar tres o cuatro días hasta que la anciana notara la ausencia del querido nieto.

Otro aspecto merecedor de una mención, era la curiosa costumbre de la abuela Kerchenko de cantar boleros a voz en cuello en Checoslovaco. La mujer cantaba -quien sabe- para rememorar a su lejana patria. La cuestión es que cuando se ponía a cantar en las fiestas familiares, la fiesta se transformaba en un monólogo cantado en un lenguaje que nadie entendía salvo ella, teniendo que encontrar la gente variadas y apresuradas excusas para abandonar el recinto. Juan Alberto que ya había aprendido a interpretar las canciones en Checoslovaco era el primero en salir corriendo a encerrarse en el ropero que amortiguaba los sonidos guturales que emitía la garganta de la abuela.

Con el paso de los años Alberto creció convirtiéndose en un hombre de honor y de sanas costumbres, respetuoso de las tradiciones familiares y las siestas en el ropero.

El comienzo de la relación tormentosa de Alberto y Amanda se remonta a la década de los 80's. Aquella fiestita en la piscina de Amanda, en las afueras de Coconut Grove, Florida. La mirada cuasi fulminante de la abuela Ludmila...

Aquella tarde soleada de verano, en que todas las nenas amigas de Amanda y los chicos invitados chapoteaban inocentemente traía terribles recuerdos a la mente de la abuela Ludmila, pero esta lo disimulaba a duras penas, apoyada contra una reposera, al parecer solo concentrada en las acciones de su nieto, Alberto, aquel muchachito tan inquieto como guapo, de los ojos azules como el cielo y de la sonrisa fácil. Este detalle -el de la sonrisa de Juan Alberto- no escaparía a la mirada de Amanda tan delicada como femenina; ella misma: una mujercita a los 10 años... La simpatía y la belleza de Amanda tampoco pasaron inadvertidas para Alberto, quien en el medio de la búsqueda del tesoro en el fondo de la piscina, aprovechó para besarla al descuido. Amanda salió sin aire hacia la superficie y Alberto se disculpó diciéndole que era corto de vista y había sido un accidente.

Inmediatamente y para congraciarse con ella, la invitó a su casa al dia siguiente, con el pretexto de mostrarle la "figurita difícil" del album Animals R' Us. La abuela Ludmila estaba intranquila con la visita de la niña, y los tuvo bajo control hasta que hizo efecto el sedante que Alberto le había puesto en el Jerez. Aprovechando el hecho de que la Abuela estaba dormida, Alberto llevó a Amanda hacia el ropero, convenciéndola de que las reglas de la casa establecían dormir la siesta, y que ese era el lugar indicado.... Cuando la abuela Ludmila los encontró durmiendo abrazados, Alberto se disculpó diciendo que "extrañaba".

A partir de ese momento, las siestas en el ropero fueron una constante en la vida de Alberto y Amanda, y a medida que pasaban los años, más divertidos se tornaban esos momentos compartidos en la oscuridad y el olor a humedad de la ropa antigua. De vez en cuando al salir del ropero se daban cuenta de que habían perdido sus ropas ahí adentro y vestían, en cambio, alguna prenda de la abuela Ludmila, cosa que Alberto encontró divertida y con el tiempo hasta sensual. En varias oportunidades jugueteaba correteando a Amanda por la habitación vistiendo un corpiño de encaje y bombachas con puntillas valencianas. Con el tiempo esto pasó a ser una obsesión para Alberto, quien no podía dormir la siesta si no era usando la ropa interior de la abuela. Amanda dejó de encontrar divertido este jueguito, sobre todo desde el día en que Alberto empezó a insistir en que ella le prestara sus elementos de maquillaje.

La Abuela Ludmila, ya no tenía acceso a la habitación para ese entonces, pero había descubierto la manera de espiarlos por una hendija que tenía la puerta del dormitorio. Ella se encargaba todas las mañanas de prepararle un nuevo conjuntito de lingerie a Alberto, segura de que Amanda llegaría a detestar la costumbre de su nieto y finalmente lo abandonaría. Finalmente ese día llegó, Amanda era una mujer espectacular y no tenía nada que hacer al lado del pollerudo de Alberto. Lo abandonó una tarde de primavera. Alberto se quedó llorando apoyado en el hombro de su abuela Ludmila, tenía puesto un corcet rojo con lentejuelas...