Mariposa y yo volver


Vacaciones, ¡ah! vacaciones, cómo disfrutaba de esos días al ir a la hacienda de mi tío con la familia. El olor a tierra húmeda, el canto del gallo en la mañana y las infaltables faenas de campo. En fin ¡eran mis vacaciones!

Hace mucho tiempo, una mañana en cama recordando mi reciente cumpleaños número 16, pensé en sorprender a todos con alguna faena de campo y demostrar así que un chico de ciudad podía ser tan bueno como el que más en esos menesteres.

Mamá: - Ricardooo! Ricardoooo!!! Baja a desayunaaaarr!
Ricardo: - Vooooyyyyyyy!!!

Me levanté de cama como un resorte nuevo, me quité el pijama y sin pensarlo dos veces me puse un pantalón de mi hermano mayor el cual era unas dos tallas mayor que yo. Entonces tome un pedazo de cordel para fruncirlo alrededor de mi cintura, y así sostener el pantalón abanderado, me puse una camisa y sali corriendo para desayunar.

El hecho de haber olvidado de ponerme ropa interior en ese momento no me preocupó ya que solamente yo sería guardián de ése, mi secreto.

Una vez a la mesa:

Mamá: - ¡Caramba, qué bello se ve mi hijo! -haciendo referencia a mí.
Abuela: Asistió a la frase de mamá con una mirada y una breve caricia por mi cabello y exclamando. - Te ves tan educado y puro!
Tío: - Bueno sobrinito... Espero que en estas vacaciones nos demuestres qué tanto has crecido como hombrecito.
Ricardo: - Claro tío, claro que sí, seguro te quedarás sorprendido!

Mi tío hacía referencia a una de las vacas lecheras consentidas de la casa, acotándome a la vez que en la hacienda cada vaca lechera tiene su nombre y a mí me había tocado desarrollar mi habilidad como ordeñador con la vaca Mariposa.

Una vez terminado el desayuno, tal y como estaba vestido, tomé un banquillo para asiento y una cubeta en donde depositaría el producto del ordeñe y me dirigí al sitio preferido de Mariposa para esta tarea: El granero.

Una vez en el granero me dispuse a colocar el banquillo a un lado de la ubre, colocando justo debajo de la misma a la cubeta. Entonando un canto de ordeño al estilo de la ciudad, comencé a trabajar en la ubre del animal, sin embargo la cola de Mariposa comenzó a 'latiguearme' la cara y espalda.

- ¡Mariposa! Mariposa!!! Quedate tranquila! -replicaba yo con fuerza.

Pero mis palabras eran inútiles, pensé yo que me confundía con un insecto fastidioso y me castigaba como podía.

Arriba de mí y del animal, colgaba desde el techo un cable en cuya parte final se hallaba una lámpara a escasa distancia de nuestras cabezas. Y me dije: amarraré la cola del animal a esa punta del cable y problema resuelto.

Pero el largo de la cola y la distancia al cable no me permitía hacerlo desde el piso, así que tomé el banquillo colocándolo justo detrás de la cola y me subí con la intención de unir las dos puntas y resolver mi incomodidad.

Pero... ¡Caramba! ¡qué mala suerte!. Apenas quedaban unos centímetros para cubrir el objetivo y las puntas en cuestión no se encontraban. Una vez más, mi 'mente brillante' dilucidó la solución.

Me monté en el banquillo, me quité el cordel que sostenía mi pantalón y lo amarré a la cola, inclinándome para alcanzar la punta de la lámpara, el pantalón se me bajó por completo en una fracción de segundo mientras lograba tomar la punta del cable con una mano y con la otra sujetaba en alto la cola de Mariposa.

Justo, pero justo en ese momento, mi madre entraba por la puerta del granero junto a mi abuela, mi tío y dos de mis primas adolescentes.

Y ahí estaba yo... detrás de Mariposa con la cola levantada, montado en el banquillo, con los pantalones en los tobillos y sudando por el calor con mi 'gusanito' apuntando a escasos centímetros del recto de la vaca.