Juicio a Hansel y Grethel volver


Resulta que Hansel y Grethel estaban en su verdadera casa (no la de chocolate) con su padre. La madrastra malvada ya no vivía; había muerto de cáncer (o por lo menos Hansel y Grethel eso creían). Todo era paz y tranquilidad hasta que alguien, un día, llamó a la puerta.

¡PUERTA!

- ¿Quién es? - preguntó Hansel - ¿Acaso no saben que este no es día para hacer visitas? Y luego se quejan de que este país no avanza...

Más palabras no pudo pronunciar nuestro enemigo (¿Por qué siempre en todos los cuentos los protagonistas son nuestros amigos?), ya que quien llamaba a la puerta no era ni la Reina de Inglaterra ni Nelson Mandela: Era un equipo de la fiscalía investigando la muerte de una pobre ancianita que vivía en una casa de chocolate. Sin piedad, sacaron a Hansel y a Grethel de la casa y los subieron a un furgón blindado, mientras su padre, algo consternado, no dejaba de preguntarse:

- ¿En qué he fallado? Siempre les di todo...

Tres motos escoltaban al furgón de la policía que transportaba a los hermanos al lugar en que, posiblemente, se pudrirían por el resto de sus vidas. Llegando a la cárcel había una muchedumbre protestando con pancartas por la muerte de la dulce y tierna anciana. Al entrar a la fortaleza, hermano y hermana fueron llevados a celdas separadas (por temor a que alguna defensa absurda tramaran).

Tres semanas estuvieron a punta de pan y agua. Seis días después de la captura (tres días no comieron) les llegó el turno de presentarse ante el jurado en un juicio a puertas cerradas para los periodistas (o, mejor dicho, para los artistas). Grethel pensó (¿Pensó? O ¿Yo le dije que pensara?) que un juicio era como ir a misa: hay que pararse y sentarse porque sí y para nada.

- ¡Silencio! La corte entra en sesión - dijo un guardia de seguridad -. El estado contra Hansel y Grethel. Preside la juez Zoila Cerda.
- Pueden sentarse - dijo la juez, y todos los que habían viajado parados en el 60 se sintieron aliviados -. Señor Fiscal. Haga el favor de llamar a su primer testigo.

El Señor Fiscal (Fiscal no es un apellido) llamó a su primer declarante. Para sorpresa de toda la concurrencia, el primer y único testigo de los hechos fue una gran y negra olla. Cualquier persona tonta sabe que las ollas no hablan, pero el hábil Señor Fiscal convenció al auditorio de que la olla no podía hablar debido a la pena moral causada al ver cómo, con frialdad y alevosía, esos dos pequeños homicidas tiraron encima del pobre recipiente a esa dulce y tierna viejecita.

Unos minutos más tarde protestó el abogado de la defensa puesto que, según él, no le habían dado la palabra. La mujer con el mazo en la mano y con su tierno aspecto de marrana de felpa dijo:

La defensa no cabe en esta historia. Recuerde que este es un relato ficticio, sacado de la imaginación del autor. Por ser este un escrito imaginario, las reglas del juicio han cambiado: no hay espacio para que la gente se defienda. Aunque nadie lo quiera reconocer, todos cargamos con una culpa a cuestas...

Todo esto decía la juez mientras los acusados, en un acto de rebeldía, repetían mentalmente palabras ofensivas contra el pobre hombre que escribió estas líneas. Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando el Señor Fiscal llamó a los dos hermanos y los hizo pasar al estrado.

- Que los dos implicados pasen a declarar, si es que en el estrado hay suficiente espacio para ambos.

Así lo hicieron los acusados sin dudarlo un solo instante. Estaban en la obligación de obedecer, pues según el abogado defensor la situación era bastante grave.

Hansel todavía no había bajado los kilos de más que había ganado al comer todo ese chocolate que le dio la bruja para engordarlo. Sin embargo, como Grethel estaba flaca (ella se la pasaba todo el santo día barriendo y cocinando), hubo espacio para los dos en el estrado. El Señor Fiscal preguntó:

- ¿Ustedes fueron los que arrojaron a la señora que vivía en la casa de chocolates a la olla que antes había presentado?
- Sí. Pero...
- Gracias. ¿Tienen alguna pregunta? - dirigiéndose al jurado.
- No, Señor Fiscal.
- ¿No quieren comida?
- No, Señor Fiscal.
- Bien. En ese caso, la fiscalía descansa, Señoría.

El abogado defensor no se atrevió a protestar, porque en el fondo sabía que estaba metido en una lucha ya perdida... O, tal vez, porque se dio cuenta en aquel instante de que había salido a la calle sin calcetines.

Si creen que aquí acaba la historia (de hecho no es así) no se pongan tan felices. Todavía no les he contado lo que dijo el representante de los intereses del Estado sobre los inocentes malandrines:

- Señoras y señores del jurado. Su señoría. Señor escritor. Ustedes han visto en el día de hoy uno de los casos más aberrantes que han pasado por este juzgado. Afortunadamente, cobramos la entrada desde temprano.

Y sigue el discurso de este personaje. Como ya vimos, él tiene visión de negociante:

- Nunca en la historia de los relatos infantiles habíamos leído sucesos tan viles. Fue muy sonado el caso de Caperucita Roja, la niña que acusó al lobo de violar a la abuela Lola porque el pobre animal no la quiso acompañar en el camino. El lobo fue capturado días después, al habérsele comprobado culpabilidad en el secuestro de los tres cerditos. Hace unas semanas, uno de los siete enanitos de Blanca Nieves intentó suicidarse al tirarse desde una ventana del primer piso de su casa, y lo logró. ¡Esto es el colmo! Ahora sólo falta que Aladino rompa la alfombra voladora y encierre al genio en la lámpara maravillosa.

No contento con lo ya dicho, el Señor Fiscal con cara de bicho se refirió por fin en contra de los supuestos asesinos.

- Ya los testigos, sin rodeos, todo lo han dicho; Hansel y Grethel son unos desagradecidos. Después de que la dulce viejita de la casa de chocolate les dio comida y les enseñó a trabajar, no dudaron los infantes en tratar de calcinar a la pobre anciana arrojándola en la olla del puchero. Este crimen debe ser castigado a como dé lugar. Pero ¿Qué más podemos esperar de los hijos de otro homicida? Para nadie es un secreto que el padre de estas diabólicas criaturas mató a la mujer que vivía con él porque no satisfizo sus aberraciones sexuales. Para acabar de una vez esta disputa, solo me resta decir que esta familia no es más que una pandilla de...

Por la rima sabrán qué palabra he preferido censurar.

Los hermanos se miraron mutuamente desconcertados. Mientras tanto, el defensor de oficio estaba concentrado todavía en los calcetines olvidados.

- Señores del jurado - preguntó la juez -, ¿ya tienen su veredicto?
- Me temo que debemos colgarlos. La falta cometida, según lo ha demostrado el Señor Fiscal, no merece nuestro perdón. Además no hemos comido nada en todo el día...
- Objeción, Su Señoría - Hansel protestó -. El Señor Fiscal les acabó de ofrecer comida...
- Silencio. No debe usted apelar a la piedad, puesto que en esta corte no se aceptan apelaciones a la piedad ni ningún tipo de apelaciones. Oficial, lléveselos para que cumplan su castigo - ordenó la juez -.

Y así Hansel y Grethel fueron conducidos al cadalso para cumplir la pena que injustamente (o justamente) les habían otorgado: Fueron colgados en un gran perchero por el resto de sus días. Definitivamente, este ya no es un mundo apropiado para los niños, sean buenos o malos.

- Se levanta la sesión. Los espero mañana al mediodía sin excepción, pues juzgaremos al Patito Feo por suplantar ilegalmente a un cisne.

Claro que el final no fue tan triste después de todo: El abogado defensor, sin haberse esforzado mucho, cobró sus honorarios sin ningún prejuicio. Con los millones de pesos que recaudó y junto con otros ahorritos, plantó una empresa textil dedicada a producir finos calcetines...