Carta abierta a mi culo volver


Querido Culo:

Ante todo, y no porque sienta el peso de la responsabilidad sobre mis hombros, ni porque pretenda obtener de tu sufrido juicio favores especiales, quiero pedirte humildemente perdón.

Hace ya muchos años que compartimos ese ir y venir de acontecimientos, infortunios y alegrías que se dió en llamar vivir, y casi siempre me has acompañado con estoicismo y valentía. Más de una vez tu pobre integridad fué amenazada de muerte en riñas ocasionales (¡te voy a romper el culo!), o en exámenes que mi loca cabeza adolescente no alcanzaba a elaborar y comprender (¡la de geología me rompió el culo!). Otras veces fuiste objeto de las más variadas ofensas en distintos idiomas (¡Chupame el culo!, o ¡Kiss my ass!), o debiste viajar distancias tremendas (¡Queda en la loma del culo!) y siempre te mantuviste en tu estoico lugar, soportando desde tu oscura y casi olvidada posición las más abyectas afrentas.

Desde mi más tierna infancia, y con el objeto de enseñarte el difícil arte del dar y el retener mis padres, de quienes imagino que guardarás el más puro de los sentimientos, te rodearon de mimos, caricias y dulces palabras. Eras casi una obsesión y no creo equivocarme si digo que para ellos fuiste tal vez la región más importante de mi anatomía.

Rodeado de tan finos tratos, no fué difícil que tu ego se alimentara e hipertrofiara a extremos de pensar que mi vida rondaba alrededor de tu persona. Craso error.

Posteriormente, tu eficiencia en el aprendizaje y tu responsable accionar hicieron que esas tan preciadas manipulaciones fueran con el tiempo desapareciendo; y en la medida en que supiste qué hacer, notaste con asombro que se desvanecían los suaves pañales, las tiernas caricias, los balsámicos algodones con óleo calcáreo, y en su lugar aparecía un rústico calzoncillo, más de una vez innecesariamente prolongado en su uso, que te relegó a tu ignota y casi olvidada condición: la de ser el culo.

Es cierto que más de una vez intentaste dar señales inequívocas de tu presencia sobre la superficie de mis slips, que tu poética escencia dibujaba en forma de palomitas, pero que se desvanecían de inmediato ante la inexorable presencia del desalmado lavarropas.

Más aún: todavía te cuesta entender cómo tus alegres gorgeos pasaron de ser desde un motivo de alegría y regocijo para mis padres y tías, a una situación de oprobio y vergüenza para mi persona cuando, inconsultamente, decides elevar tu canto al viento.

Siempre soportaste el peso de mi osamenta con denodada vocación, aún en asientos de dudosa factura sin decir ni un acápite, y no fueron pocas las veces en que fuí a dar con tu espartana humanidad al piso, debiendo tú soportar el dolor de la caída y las carcajadas de mis congéneres.

Has debido hacerte cargo de mis frecuentes excesos en las comidas y de mi afición a la bebida sin un lamento, sin una queja.

Aunque no todo fué campo orégano para mí. Siempre recordaré tu rebeldía cuando, cansado del mal trato del Servicio Militar y como un amotinamiento hacia la figura del Poder que en las Fuerzas Armadas se representa, gritaste un doloroso "¡aquí estoy yo!" con dos estratégicas hemorroides que aún hoy me acompañan.

O esa ocasión en la que, también prestando servicio en el Cuartel del Ejército, decidiste dejar de realizar tu imprescindible tarea durante más de una semana, con los consecuentes efectos derivados.

¿Y las veces en que optaste por probar la velocidad de mis piernas debiendo yo satisfacer tus inexplicables urgencias en los lugares más insospechados?. Cierto es, y lo digo no sin un profundo sentimiento de oprobio, que no hace mucho incluso has llegado, merced a un denigrante recurso diarréico que desbordó la continencia de mis castigados esfínteres, a descargar tu fétido emolumento justo al borde de mi impoluto tálamo sin permitirme siquiera llegar dignamente al baño, ante la mirada desencajada e incrédula de mi compañera, quien por otra parte debió tomar parte en la limpieza posterior con el consiguiente desmedro a permanencia de mi persona.

Todo esto te lo recuerdo no como un pase de factura, sino para que observes que tú también me has dado tus momentos de malos tratos. Aún así seguimos siendo amigos, y tu gratificante presencia me acompaña incondicionalmente.

Pero he llegado hasta aquí reservando el mayor de los reproches: no es justa tu última ocurrencia. Es cierto que odias el papel higiénico, exigiéndome el uso del bidet para tus baños habituales, pero tienes que comprender que no siempre se dispone de uno a mano. De modo que deberás de entenderlo y dejar de molestarme con esa insoportable picazón que me originas cada vez que te higienizo con el papel.

Y tu última felonía me ha perjudicado enormemente. En efecto, me pareció muy bajo tu recurso de producirme un absceso en tu región que obligó al cirujano a intervenirme quirúrgicamente y que, al momento de escribirte estas líneas, aún me hace recordar con gran dolor tu bajo recurso de llamar la atención.

Quizás te sientas algo relegado, o aburrido de tu desempeño diario, pero... ¿tenías que decírmelo de esa manera? Hubieras podido comenzar con algo menos doloroso, ahorrándome por otra parte el bochorno de permanecer en posición ginecológica mientras todos los profesionales del quirófano tomaban cuenta de tu presencia, y los punzantes dolores posteriores.

Si querías ser famoso y que el mundo te conociera, de abrir las puertas del estrellato y de la fama, créeme que lo has logrado.

Pero ten por sabido que no has logrado la victoria, ni mucho menos. El día menos pensado habrás querido no haber nacido: si persistes en tu actitud de hacerme imposible la vida me haré gay, y entonces tendrás tu merecido. Y esto, mantenlo muy en claro, es una amenaza que voy a cumplir. De modo que, a partir de ahora, asumirás tu tarea con el estoicismo y la valentía de tiempos otrora. ¡Y sin decir este culo es mío!

Y ahora, me voy. Con la edición de estas líneas me está doliendo demasiado la herida.

Con motivo del drenaje de un absceso perianal.
Paternal, Diciembre de 1998